EL ACTA DEL PIRÓMANO Jose Ignacio Díaz Pardo

JOSE IGNACIO DÍAZ PARDO
ARQUITECTO, DOCTOR EN TEORÍA DEL ARTE

Conozco, porque así, hace ya algún tiempo me lo hizo saber Frazer, que la mayor parte de los mitos sobre el origen del diálogo humano con el fuego se articulan alrededor de actores interpuestos, sean el titán Prometeo en nuestra civilización, o en las antípodas, un reyezuelo de cola roja, el lagarto karom, o Sarkar la vieja de seis dedos en la mano. Su origen suele ser celeste, o al menos siempre importado desde tierras extranjeras. Un poco también, cuando ardieron nuestras palmeras tenía conocimiento de ficciones previas sobre el fuego, cuyos escenarios reflejaban ámbitos que no fueron tan míticos ni ocurrían en geografías tan ajenas. Incluso, a veces, fueron próximas: Arde el mar, El llano en llamas, Bajo el volcán…

Desde la colina donde el Colegio de Arquitectos se asoma con timidez a la bahía de Málaga, celebramos un fin de fiesta de la 1ª Edición del Festival “Maldito cine español”. Ante la inesperada potencia eléctrica exigida por el equipo acústico cedido por Generación Mishima al grupo que arropaba a Javier Pérez Grueso en una actuación improvisada, nuestra infraestructura hizo aguas con una chispa eléctrica que recorrió peligrosamente los cables aéreos de la instalación que habíamos hecho provisionalmente. Eso y una potencia insuficiente no pudieron soportar el cúmulo de actividades paralelas con las que arropamos a los músicos, como la de la proyección de las fotografías de Pablo Pérez Mínguez alrededor una iconografía heterodoxa de la Pasión y la de todos los componentes de la élite de la gente de la Movida que nos visitaban.

Todo ello condujo al colapso total de la instalación eléctrica del jardín. En la oscuridad matizada por las estrellas de una noche malagueña de verano, el pintor y paisajista Bola Barrionuevo, se encaramó a un pino centenario y, con una rama desgajada rezumante de resina, improvisó una tea con la que iluminar los restos de una fiesta que se encontraba ya en sus últimos estertores. No ardieron las palmeras, ni el pinar, ni el jardín que empezaba a espabilarse del marasmo de cuarenta años y, poco a poco, los últimos y más renuentes de los alegres participantes se fueron retirando sin un mayor censo de infortunios.

Pero, en el espíritu festivo en el que bullíamos, más iconoclasta que blasfemo, superados éstos y algunos episodios más de mayor o menor repercusión, todos volvíamos una y otra vez a la cita periódica con el Colegio de Arquitectos para festejar periódicamente los Cuatro Elementos, Proserpina, Tótems, Adornar el cuerpo, adornar el espacio…, Soledad Sevilla, Elena Asins, Mario Mertz, Richard Serra… Navarro Baldeweig, Siza, Saénz de Oyza, Fernández Alba.… Plástica, arquitectura, música, teatro, instalaciones, performances, moda, pensamiento, poesía, deporte, cine, publicaciones… Todo lo que estaba haciéndose presente en un país que empezaba a despertar de una pesadilla y en el que todavía no se habían creado las estructuras social y cultural necesarias para soportar el hondo peso de unas ansias incontenibles de renovación.

Desde aquel nuestro Sur gozoso, veíamos que los centros capitalinos tuvieron la fortuna de verse socorridos por un Estado que empezaba a sacar a la cultura del casillero de los enemigos para situarla en el de los colaboradores necesarios en el esfuerzo de integración a las corrientes creativas y de pensamiento vigentes en un entorno, el del mundo occidental, que habíamos sacralizado como paradigma. Sabíamos también que desde allí, lejos del olvido crónico de la periferia, las grandes Fundaciones, tanto las históricas como las que nacieron como resultado de una operación política diseñada para puentear los últimos escollos de la resistencia del Régimen, fueron pieza importante en el tablero de las actividades de animación cultural en unos pocos lugares privilegiados. Pero no fue así en esta periferia, bautizada intencionadamente como tal para, olvidando toda memoria incómoda, asignarle el simple papel de vagón de mercancías que ha de seguir ciegamente los caminos marcados por las locomotoras político-culturales controladas desde el Estado. A esta periferia sólo llegaban las migajas que autárquicamente podía permitirse comprar.

Málaga fue periferia por designio pero, insurgente, nunca se reconoció sometida al diseño rígido en el que quisieron encuadrarla. Así lo denunciábamos, con otras palabras, en la introducción al catálogo editado con ocasión de la única salida fuera de sus muros de la Colección colegial de Arte, expuesta con motivo del 25 aniversario del inicio de sus actividades culturales en Las Palmeras del Limonar.

Ha sido lugar común del masoquismo provinciano establecer una clara diferencia, en calidad y cantidad, del pensamiento y las acciones culturales entre el centro y la periferia. Es un tic heredado de una mentalidad burguesa que sigue teniendo sus referentes en los grandes centros que a lo largo de la Historia fueron dictando modas o imponiendo los criterios que establecía el decoro académico[1].

El Colegio de Arquitectos, contando con sus propios medios, humanos, económicos y culturales, quiso recuperar una memoria que creeríamos mítica, si no hubiésemos estado conviviendo, incluso en los momentos más duros de la Dictadura, con los supervivientes a tal desolación. Por no citar nombres, citemos actividades: poesía y su soporte formal en la tipografía, artes plásticas, pensamiento, medicina…, capacidad imaginativa y libertad. En tal estado de cosas, el foro civil del Ateneo posibilitó muchos encuentros definitivos y, de esa Institución, junto con el Colectivo Palmo o el Colegio de Arquitectos, a los que se sumaron Diputación y Ayuntamiento, empezó a insinuarse una estructura de reorganización del ámbito cultural.

No quiero entrar en temas que ya he tratado en comentarios críticos escritos con motivo de aquella otra salida a la calle de la Colección de Arte del Colegio de Arquitectos ni, por tanto, vamos a centrarnos en algunas de las causalidades que nos llevaron a construirla, sino que quiero subrayar lo que para mí es lo más importante: el valor notarial que, sumándose al valor plástico intrínseco, ha adquirido con el paso del tiempo. Parafraseando a Fernando García de Cortázar, podemos entender esta colección como una “Historia… [de la Transición en Málaga] desde el Arte” : Es el documento cultural más completo y fidedigno sobre esa época escrito en el estricto lenguaje del Arte que, más allá de lo político, hemos de entender como el motor que posibilitó un cambio absoluto en las costumbres, el pensamiento y las estéticas personal y colectiva. Desgraciadamente, en estas breves líneas no es posible construir el relato exacto y fiable de lo que digo.

Para los que conocimos la triste mediocridad de los tiempos de la dictadura y experimentamos la eclosión de luminosidad que trajo consigo el esfuerzo que todos hicimos para poder vivir la experiencia de ser dueños de nuestro propia vida, es especialmente emotivo el volver a encontrarnos con estos documentos plásticos que amojonan los hechos concretos con los que se construyó el continuum de aquella aventura. Porque estas obras no son neutrales. Acotan y subrayan, dotan de sentido a aquellos tiempos, y dejando de lado la nostalgia, nos impulsan a considerar que, aunque los recuerdos son irrepetibles, es preciso construir también con estos sujetos plásticos el Mito de aquellos años, como entonces reivindicábamos la Málaga poética de entreguerras.

Si es que queremos alcanzar el conocimiento y la consciencia de quienes somos ahora y si queremos evitar que los que nos sucedan encuentren un erial de documentos y testimonios que agoste sus ansias de saber de dónde vienen, nos es imperativo centrarnos en la preservación de este legado histórico. Admitimos la exigencia de una contextualización que haga inteligible esta Colección para que se pueda acudir a ella en un futuro buscando tener noticia de la voluntad, deseo y esfuerzo de las generaciones pasadas para lograr un Mundo distinto y mejor para todos. Pero para ello, nos son precisos hechos y objetos, como los de esta Colección, con los que construir el relato ordenado y significante que es necesario integrar en la memoria colectiva, y estamos obligados a afanarnos en la tarea, puesto que todavía hay tiempo. “Antes que el tiempo acabe”.

 

[1] DÍAZ PARDO, José Ignacio, 1980-2005. 25 años de cultura en el Colegio de Arquitectos de Málaga, catálogo, Málaga, Colegio de Arquitectos de Málaga, p.,13